jueves, 28 de julio de 2011

¡Qué deseables son tus moradas, Señor!

¡Qué deseables son tus moradas, Señor!


¡Qué deseables son tus moradas,
Señor de los Ejércitos!
Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo.

Cuanto deseo, Señor, estar contigo,
disfrutar de tu presencia,
sentir la caricia de tu amor,
sentirme inundado por el rocío de tu paz,
dejarme envolver por la luz de tu gloria;
muero en mi deseo de vivir en ti,
como expresaba santa Teresa,
todo mi ser se estremece en el deseo
de poder un día contemplar cara a cara tu gloria;
los antiguos decían que quien veía a Dios moría,
y es cierto, Señor,
porque quién después de ver tu gloria
puede desear seguir viviendo
en este valle de lágrimas,
no puede ya sino vivir en tí;
en nuestro deseo de plenitud
nuestro espíritu y nuestro corazón
se levanta hacia ti
porque solo tú eres la vida,
eres la plenitud,
lo eres todo para mí.

Pero tenemos que seguir viviendo
en este peregrinar terreno
que se nos convierte tantas veces
en valle de lágrimas,
pero tú eres nuestra única esperanza
y así eres nuestra fortaleza
y nuestra vida;
de manera imperfecta,
porque imperfectos somos los humanos
mientras caminamos los caminos de este mundo,
queremos copiar la gloria del santuario del cielo
en nuestros santuarios terrenos
y en nuestra liturgia eclesial;
tomamos prestadas las voces y las palabras
de los ángeles y de los santos del cielo
para aquí cantar tu gloria
y lo que nos has revelado de esa liturgia celestial
lo repetimos en nuestra liturgia
y cantamos aleluyas,
y cantamos la gloria del Dios en el cielo,
como los ángeles a los pastores de Belén
y te proclamamos una y otra vez
con los cánticos del Apocalipsis
y de los profetas
que eres el Santo que merece toda nuestra alabanza
y nuestra acción de gracias.

Dame, Señor, la fuerza de tu Espíritu
que me purifique el corazón
para que el canto que salga de él
sea lo más puro
y lo más grato para tu gloria del cielo;
dame, Señor, la fuerza de tu Espíritu
que ponga palabras en mis labios
y fuego de amor en mi corazón
para que pueda hacer la mejor oración
y cantar la mejor alabanza;
hazme, Señor,
que en nuestra liturgia terrena,
porque la viva con toda la intensidad del amor,
pueda pregustar
lo que es la liturgia celestial,
lo que es el cántico de gloria
que se canta en el Santuario de los cielos.

Que todo sea, Señor, siempre para tu gloria.
Bendito sea por siempre tu nombre.
Postrados queremos ponernos ante tu presencia
para adorarte desde lo más hondo de nuestro corazón.
¡Qué deseables son tus moradas,
Señor de los Ejercitos!

miércoles, 27 de julio de 2011

Es un gozo y una dicha estar en tu presencia

Es un gozo y una dicha estar en tu presencia

Es un gozo y una dicha
estar en tu presencia en esta tarde, Señor;
cuánto nos amas
que nos permites llegar a tu presencia,
por eso nos llenamos de gozo
cuando venimos hasta ti;
creemos en ti
y en ti ponemos toda nuestra vida
y todo nuestro amor;
creemos, Señor,
que allá donde vayamos
siempre te vamos a encontrar,
no hay sitio oculto a tu presencia
porque en tu inmensidad lo llenas todo,
todo está lleno y sumergido en tu presencia.

Aquí nos sentimos como en el Tabor,
llenos de la gloria de Dios,
porque tu presencia en la Eucaristía
es una presencia real y verdadera;
eres Dios que estás con nosotros
pero que de manera especial
te nos das en la Eucaristía
para ser nuestro alimento,
nuestra vida,
nuestro viático y compañero de camino;
has querido quedarte
en el pan consagrado de la Eucaristía
para que sintamos de manera especial
tu presencia en el Sagrario;
allí nos esperas,
allí nos escuchas,
allí nos ofreces tu presencia y tu gracia de amor.

Es un gozo y una dicha
estar en tu presencia, Señor.

Moisés subía a la montaña del Sinaí
y allí hablaba contigo en un tú a tú,
cara a cara,
que luego le hacía bajar resplandeciente de la montaña;
había estado en tu presencia
y el gozo de tu amor inundaba su corazón y su vida
de modo que todo eran resplandores en su rostro;
no podía negar que había estado contigo
porque tu luz había inundado su vida
y ahora todo en él hacía ver la gloria de Dios,
tu gloria.

Así tendría que pasar en nuestra vida
después de cada momento de oración,
después de cada sacramento celebrado,
de cada perdón recibido
y de cada comunión en que comamos tu cuerpo
y bebamos tu sangre.

¿Lo notarán quienes nos vean
después de cada comunión
o de cada rato de oración?
Nuestro rostro,
nuestra vida
siempre tendría que resplandecer con tu luz
para cantar siempre tu gloria;
porque es que tú has querido
habitar en nuestro corazón,
en nuestra alma;
desde el bautismo
nos has llenado de tu vida divina
para hacernos hijos tuyos,
has querido morar en nosotros
y covertirnos en templos del Espíritu;
un alma en gracia
es sagrario permanente de la Santisima Trinidad;
siempre y en todo momento
tendríamos que estar adorando tu presencia en nosotros.

Maravillas de tu amor,
maravillas de tu presencia;
que la fuerza de tu Espíritu
nos ayude y nos prevenga
para mantener tu gracia divina en mi alma,
para alejarnos del pecado,
para que en todo momento
reflejemos la gloria del Señor.

Es un gozo y una dicha
estar en tu presencia, Señor;
que brille nuestro rostro
con la luz de tu gloria,
que resplandezca nuestro corazón
con la dicha de tu amor,
que con toda nuestra vida
cantemos la gloria del Señor.

martes, 26 de julio de 2011

Gracias, Señor, por nuestros mayores

Gracias, Señor, por nuestros mayores

Hoy quiero darte gracias, Señor, por nuestros mayores;

cuánto hemos recibido de ellos;

muchas veces nuestro corazón desagradecido los olvida,

nos creemos tan autosuficientes

que pensamos que lo que somos

lo hemos conseguido nosotros solos;

si nuestros mayores no hubieran puesto

los cimientos de este edificio que habitamos

con sus esfuerzo, con su trabajo,

con sus sacrificios,

con su amor,

con la educación que nos dieron,

seguro que no sería tan hermoso;

por eso, quiero darte gracias, Señor, por nuestros mayores,

porque es mucho lo que de ellos recibimos;

gracias, Señor, por nuestros mayores

y porque ellos me enseñaron a conocerte a ti,

sembraron la fe en mi corazón

con la que hoy vengo ante ti

para hablarte y para darte gracias.

Que yo aprenda, Señor,

de su capacidad de sacrificio,

un sacrificio abnegado,

un sacrificio generoso

y lleno siempre de alegria y de paz,

que les hacía olvidarse de si mismos;

cómo lo necesitamos aprender

ahora que lo rehuimos tan fácilmente,

que las cosas parece que son más fáciles

y lo que buscamos siempre es la comodidad

y el menor esfuerzo;

danos esa generosidad de corazón

y esa capacidad de sacrificio

que en ellos descubrimos.

Que aprenda yo también a ser agradecido con ellos,

con mi cariño,

con mi respeto,

con la valoración de sus vidas

aunque los veamos frágiles y débiles,

ellos son valiosos e importantes;

y te pido por ellos, Señor,

para que nunca se sientan solos ni abandonados;

que encuentren siempre el cariño de los suyos

y el cariño lleno de respeto

que todos podamos ofrecerles;

que no se sientan inútiles

porque quizá ya no puedan hacer los mismos trabajos

que en los años jóvenes hacían,

o porque piensen que ellos lo harían mejor de otra manera;

que sepan descubrir que cada momento

tiene su tiempo de fortaleza o de debilidad,

pero que la vida siempre tenemos que vivirla con intensidad,

y la intensidad no está solo en hacer muchas cosas,

sino en poner amor en las pequeñas cosas

que pueda hacer cada día;

que sigan dándonos esos hermosos ejemplos

de valentía,

de generosidad,

de paciencia,

de amor

y que nosotros sepamos agradecérselos;

que tengan generosidad en su corazón

para dejar que ya sean otros

los que llevan las riendas de la vida,

que si a ellos les tocó sembrar un día,

ahora son otros los que continúan la sementera;

que lleguen a descubrir

que sus vidas para ti son siempre valiosas

y aprendan a ofrecerte lo que son,

sus debilidades y achaques

que pueden ser una riqueza de gracia para tu Iglesia.

Te pedimos por ellos, Señor,

a los que queremos ofrecer todo nuestro cariño.

Bendícelos, Señor, con tu gracia.

lunes, 25 de julio de 2011

Quiero ponerme en camino para ser tu discípulo, Señor

Quiero ponerme en camino para ser tu discípulo, Señor

Yo quiero ser tu discípulo, Señor,

ponerme en camino,

seguir tus pasos,

escuchar tu Palabra,

dejarme guiar por tu Espíritu;

yo quiero ser tu discípulo, Señor.

Quiero poner en ti todo mi amor,

porque sé cuánto me amas,

y aunque sea con mis pobres migajas de amor

yo quiero amarte, Señor.

No es fácil ser tu discípulo,

ponerme en camino

con disponibilidad y generosidad total;

quien se pone en camino se desinstala,

no se puede quedar anquilosado siempre en lo mismo,

sino que ha de tener espíritu de búsqueda,

deseos de más,

aspiración a cosas grandes,

sueños que levanten el espíritu,

y es que muchas veces

nos contentamos con nuestras ramplonerías,

y nos parece que ya hacemos tanto.

Cuando miro la generosidad de tus discípulos,

a pesar de sus dificultades y debilidades,

me siento estimulado y con deseos de imitarles;

quisiera sentir tu presencia y tu palabra

como ellos la tenían

para escucharte en cada momento

lo que allá en el corazón quieres decirme

para dar ese paso adelante,

para corregir aquel paso mal dado,

para descubrir y ver eso nuevo que me propones,

para comenzar a soñar

cómo mejor imitarte y seguirte.

Cuando Santiago y Juan en sus buenos deseos

aspiraban a primeros puestos,

Tú les hablaste de un cáliz que habían de beber

y de un estilo de servicio

que habían de adoptar para sus vidas.

Generosos dijeron

que estaban dispuestos a beber el cáliz,

pero aún así no les aseguraste que fueran los primeros,

sino que seguiste hablándoles

de ser servidores y de hacerse los últimos,

de que ser tu discípulo significa

seguir tus mismos pasos,

pisar sobre tus mismas huellas,

y las señales de tu camino

están dibujadas sobre una cruz

y con los tintes rojos de la sangre y del amor.

Tenemos miedo en ocasiones a la cruz,

al sufrimiento,

a la entrega hasta el despojo de uno mismo,

a quizá ser despreciados por el mundo

porque aparecemos como los últimos.

Ponernos en camino para ser tus discípulos

no una simple aventura que empredemos;

no es un camino de rosas

aunque sí tiene por una parte un perfume especial,

pero al mismo tiempo unas espinas

que pueden molestar

a nuestras comodidades y sensualidades;

significa soñar con cosas grandes,

aspirar a meta superiores,

dejar que tú te metas

en la hondonada de mi corazón

aunque lo haga sangrar,

quitar los ruidos que me impidan escuchar

el susurro de tu voz

Que yo sienta el ardor de tu amor en mi corazón,

que sienta la fuerza y el impulso de tu Espíritu

para que en verdad sea tu discípulo,

emprenda ese camino.

Quiero ser tu discípulo, Señor,

ayúdame con tu gracia a dar los pasos necesarios.

domingo, 24 de julio de 2011

Que sepa encontrarme contigo, Señor

Que sepa encontrarme contigo, Señor

¿Habré terminado de comprender

lo que significa encontrarme contigo, Señor?

A veces no le damos importancia a los encuentros,

tan de superficiales andamos por la vida;

nos tropezamos muchas veces con los otros

pero no nos encontramos,

igual que oímos palabras y no las escuchamos;

tendríamos que aprender a detenernos un poco

en esas locas carreras de la vida,

con todos esos agobios que nos quitan la paz,

porque parece que no tenemos tiempo

ni para escuchar,

ni para tener una charla sosegada con un amigo

o incluso con el ser querido;

y nos pasa contigo, Señor

y no sabemos encontrarnos contigo,

no le damos la verdadera importancia el encuentro contigo

y también nos quedamos en superficialidades,

sin hondura;

nos hemos acostumbrado a verte en tus imágenes

que no te vemos en la realidad de la presencia sacramental,

como no te vemos en el hermano,

ni te escuchamos en la Palabra que nos dices,

como no terminamos de sentirte en nuestro corazón.

Triste sería que el evangelio

dejara de ser evangelio para nosotros

porque ya no sea esa Buena Noticia

que tú tienes para mí en cada momento;

porque lo hayamos convertido en un relato de historias,

como de cosas pasadas en otro tiempo,

y ya no sea una Palabra viva para mí,

una Palabra que tú hoy y ahora quieres decirme,

una Palabra de vida y salvación,

una Palabra que renueve mi vida.

Tenemos un tesoro en nuestras manos

y no sabemos valorarlo,

y nos vamos en busca de otros tesoros efímeros,

superficiales,

vanidades que nos encandilan;

qué ejemplo nos da el hombre de la parábola

que cuando encontró el tesoro escondido en el campo

se desprendió de todo para tener aquel campo

y conseguir aquel tesoro;

o el comerciante en perlas finas,

lo vendió todo con tal de obtenerla.

Tenemos el tesoro del Reino,

la perla fina y valiosa del evangelio

y no la valoramos,

y no la buscamos con ahinco,

y no hacemos todo lo posible por poseerla;

lo que decíamos,

el evangelio ha dejado de ser evangelio para nosotros

porque nos hemos acostumbrado

y no llevamos a descubrir

la novedad de la Palabra que el Señor nos dice.

Que ese tesoro del Reino de Dios que encontramos

nos ponga en un camino de mayor solidaridad,

no nos deje tan insensibles ante las necesidades

o problemas que podamos ver alrededor,

nos salgamos más de nuestras actitudes egoístas

para pensar más en los otros;

que ese tesoro del Reino de Dios

nos ponga en camino de más amor,

de más cercanía a los otros;

nos impulse al compartir y al vivir unidos,

nos motive para que hagamos un mundo mejor

donde todos seamos más felices;

nos enseñe

donde están las cosas verdaderamente importantes.

Como Salomón quiero en esta tarde

pedirte sabiduría, Señor;

con qué facilidad nos quedamos en pedirte cosas,

materialidades o meras cosas humanas

aunque también las necesitemos,

pero no sabemos pedir lo importante;

dame, Señor, esa Sabiduría del Espíritu

que me ayude a descubrir ese tesoro inmenso

que Tú pones en nuestras manos;

esa sabiduría y fortaleza

para de verdad empeñarnos por el Reino de Dios;

esa sabiduría que me ayude

a comprender el misterio de Dios,

el misterio de Jesús

para convertirlo en el verdadero centro de mi vida;

sabiduría y fortaleza

para dejarlo todo por seguirte, Jesús,

y vivir tu evangelio;

danos tu Espíritu de Sabiduría

para saber redescubrir el Evangelio.

sábado, 23 de julio de 2011

Yo quiero ser sarmiento, Señor, unido a la vid

Yo quiero ser sarmiento, Señor, unido a la vid

Yo quiero ser sarmiento, Señor,
que siempre esté unido a la vid,
que siempre esté unido a ti;
lo sé muy bien que sin ti nada soy,
que si me separo de ti
mi vida se seca y muere,
que sólo estando contigo
es como puedo tener vida y dar fruto;
pero sabes, Señor, lo débil que soy,
cómo se enfría mi amor
y me separo de ti
y me convierto en sarmiento seco y estéril
que merece sólo ser echado al fuego.

Quiero amarte, Señor,
y sentir en lo más hondo de mi mismo
el deseo grande de estar unido a ti,
como saben estar unidos los que se aman,
como se buscan los enamorados,
como se encuentran los amigos;
caldea mi amor, Señor,
para que no se enfríe
y no busque otros caminos
sino que sólo te busque a ti,
porque lo eres todo para mí.

Tú te nos has revelado como amor,
nos manifiestas
cómo es el rostro misericordioso del Padre
y en todo nos estás regalando amor;
creo en ti
y siento en lo más hondo de mi alma
tu amor que permanece para siempre
porque desde toda la eternidad me estas amando
y para toda la eternidad me seguirás amando;
creo, Señor, en ti
y quiero amarte sobre todas las cosas
para ser ese sarmiento que dé fruto;
quiero estar contigo, Señor,
y en tu nombre
y por tu nombre hacer todas las cosas;
la pesca será abundante como la de Pedro
en aquella mañana del mar de Galilea,
la santidad resplandecerá entonces en mi alma,
y podré llevar tu amor y tu paz
a los que nos rodean;
me uno a ti
para que tu savia llegue a mi alma,
pero sé también, Señor, que a través mío
llegue la savia de tu gracia a los demás
en cuanto bueno pueda hacer por los otros,
en el testomonio que dé de tu amor;
que mantenga esa comunión contigo,
pero que aprenda también
a mantener esa comunión con los hermanos,
con todos los hombres
para hacerles llegar
la riqueza de tu amor y de tu vida.

Quiero ser sarmiento, Señor,
que una tanto a ti
que ya mi vida no sea mi vida,
sino que seas tú el que vives en mí;
dame la dicha, Señor, de vivir tu vida,
de dejarme inundar de tu amor,
de sentir siempre la fortaleza de tu Espiritu.

Quiero ser sarmiento, Señor,
que siempre esté unido a la vid,
que siempre esté unido a ti.

viernes, 22 de julio de 2011

Desde un corazón perdonado un corazón agradecido para ti

Cuántos motivos tengo para amarte, Señor;

pero no termino de darte gracias lo suficiente

ni de hacer de mi vida

una contínua alabanza a su nombre;

me has dado la vida,

me has colocado en una familia cristiana,

me has rodeado de tantas personas

que me han amado a lo largo de mi vida

y me aman ahora;

y sobre todo me has dado tu gracia divina

que me ha hecho tu hijo.

Mi corazón agradecido quiere cantarte, Señor,

y proclamar para ti la más hermosa alabanza

y acción de gracias en la oración

con que vengo a ponerme ante ti esta tarde.

Cuántos motivos tengo para amarte, Señor;

Y, aunque parezca incomprensible,

motivos grandes para ese amor que he de tenerte

son mis pecados;

ya sé que con mi pecado

tantas veces me he alejado de ti,

pero detrás de mi pecado

veo tu llamada y tu amor,

porque si yo me alejaba

tú me atraías hacia ti y me llamabas;

si yo con mi pecado te ofendía,

tú con tu amor no cesabas de ofrecer

la gracia de tu amor y tu perdón;

cuántas veces he recibido tu perdón

y quizá no he sabido darte suficientemente las gracias

por ese amor misericordioso que conmigo has tenido;

desde mi corazón perdonado

quiero presentarte hoy un corazón agradecido

y por eso darte gracias y cantar mi alabanza para ti.

Cuántos motivos tengo para amarte, Señor;

todo mi amor tendría que ser para ti

y por eso, cual un enamorado,

quiero entregarte mi amor, mi vida;

todo para ti,

quiero amarte, Señor,

como nos enseñas en tus mandamientos

con todo mi corazón,

con todo mi ser,

con toda mi vida,

con todas mis fuerzas;

quiero amarte, Señor,

de verdad sobre todas las cosas.

Nunca el amor que le tenga los que me rodean,

mi familia, mis amigos, mis seres queridos

tiene que mermar el amor que a ti te tengo;

es que a ellos los quiero amar con tu amor,

con ese amor que fluye de tu corazón

y llega hasta el mío

prendido en la hoguera de tu amor;

tú nos enseñaste que para amarte a ti

tenemos que amar al hermano,

al que está a nuestro lado,

porque además ahí tenemos que verte a ti,

sobre todo en los que más sufren,

o los más necesitados,

en todos los que están necesitando

del amor de los hermanos

o sufren aislados en su soledad;

enséñame, Señor, a amarlos con tu amor,

y el amor que a ellos les tenga

sea siempre un amor para ti.

Desde mi corazón perdonado,

cuánto me has amado, Señor,

y cuánto me has perdonado,

quiero ofrecerte mi corazón agradecido,

mi corazón enamorado de tí.

Te amo, Señor.

Desde un corazón perdonado un corazón agradecido para ti

Cuántos motivos tengo para amarte, Señor;

pero no termino de darte gracias lo suficiente

ni de hacer de mi vida

una contínua alabanza a su nombre;

me has dado la vida,

me has colocado en una familia cristiana,

me has rodeado de tantas personas

que me han amado a lo largo de mi vida

y me aman ahora;

y sobre todo me has dado tu gracia divina

que me ha hecho tu hijo.

Mi corazón agradecido quiere cantarte, Señor,

y proclamar para ti la más hermosa alabanza

y acción de gracias en la oración

con que vengo a ponerme ante ti esta tarde.

Cuántos motivos tengo para amarte, Señor;

Y, aunque parezca incomprensible,

motivos grandes para ese amor que he de tenerte

son mis pecados;

ya sé que con mi pecado

tantas veces me he alejado de ti,

pero detrás de mi pecado

veo tu llamada y tu amor,

porque si yo me alejaba

tú me atraías hacia ti y me llamabas;

si yo con mi pecado te ofendía,

tú con tu amor no cesabas de ofrecer

la gracia de tu amor y tu perdón;

cuántas veces he recibido tu perdón

y quizá no he sabido darte suficientemente las gracias

por ese amor misericordioso que conmigo has tenido;

desde mi corazón perdonado

quiero presentarte hoy un corazón agradecido

y por eso darte gracias y cantar mi alabanza para ti.

Cuántos motivos tengo para amarte, Señor;

todo mi amor tendría que ser para ti

y por eso, cual un enamorado,

quiero entregarte mi amor, mi vida;

todo para ti,

quiero amarte, Señor,

como nos enseñas en tus mandamientos

con todo mi corazón,

con todo mi ser,

con toda mi vida,

con todas mis fuerzas;

quiero amarte, Señor,

de verdad sobre todas las cosas.

Nunca el amor que le tenga los que me rodean,

mi familia, mis amigos, mis seres queridos

tiene que mermar el amor que a ti te tengo;

es que a ellos los quiero amar con tu amor,

con ese amor que fluye de tu corazón

y llega hasta el mío

prendido en la hoguera de tu amor;

tú nos enseñaste que para amarte a ti

tenemos que amar al hermano,

al que está a nuestro lado,

porque además ahí tenemos que verte a ti,

sobre todo en los que más sufren,

o los más necesitados,

en todos los que están necesitando

del amor de los hermanos

o sufren aislados en su soledad;

enséñame, Señor, a amarlos con tu amor,

y el amor que a ellos les tenga

sea siempre un amor para ti.

Desde mi corazón perdonado,

cuánto me has amado, Señor,

y cuánto me has perdonado,

quiero ofrecerte mi corazón agradecido,

mi corazón enamorado de tí.

Te amo, Señor.

jueves, 21 de julio de 2011

Quiero ser un niño en tu presencia, Señor

Quiero ser, Señor, niño en tu presencia,

Pequeño, humilde, sencillo

y con un corazón limpio,

porque quiero conocerte, Señor,

y tú revelas a los que son pequeños y humildes;

así le dabas gracias al Padre

porque ocultaba los misterios de Dios

a los sabios y entendidos

y los revelaba solamente a la gente sencilla.

Quiero ser, niño en tu presencia, Señor,

porque con un corazón limpio de vanidades

y despojado de todo lo que signifique

orgullos y afanes de grandezas

te llegarás a habitar en mi corazón;

sólo así podré poseerte a ti

y dejarme poseer por ti.

Quiero ser niño en tu presencia, Señor,

porque son los pequeños

los que tienen curiosidad en el corazón,

con los ojos siempre bien abiertos,

los que tienen ansias de cosas grandes

y son capaces de admirarse

igual ante lo grande que ante lo sencillo;

tantas veces te acercas a nosotros

en las cosas pequeñas

y no sabemos descubrirte;

pero tampoco somos capaces

de la admiración ante las cosas maravillosas

que haces ante nuestros ojos,

porque hemos perdido esa curiosidad

y esa capacidad de admiración.

Haz, Señor, que mi corazón

no se embote ni se endurezca

porque lo llene de cosas superficiales y sin valor,

cosas que me distraen

y me alejan de tu verdad;

que mis oídos no se hagan sordos

a tu palabra y a tus llamadas;

cuántas veces me encierro en mí mismo

y no quiero escuchar

porque prefiero mis ideas o mis pensamientos,

mi manera de entender las cosas o mi propio yo;

no hay peor sordo que el que no quiere oír

y es lo que hago muchas veces

cerrando los oídos de mi corazón.

Dame, Señor, valentía

para escuchar con corazón de niño tu palabra;

despierta en mi la curiosidad de conocerte

y de admirar tus obras;

limpia mi corazón

para que sólo pueda llenarme de ti.

Quiero ser niño en tu presencia, Señor.